¿Estamos viviendo actualmente en la era de la imagen, del culto al cuerpo y la superficialidad? Diferentes estudios sociales así lo indican, y alarman de las consecuencias dañinas que esta obsesión por la imagen está generando en la gente. Un gran número de problemas se disparan en cuanto a la satisfacción sexual, personal y en pareja.
Quiero compartirte nuestro punto de vista, y la experiencia que desde Psicología de a pie vivimos en consulta en relación a esta forma de entender la vida; las relaciones humanas, la relación con el sexo y la relación con nuestro cuerpo.
Te cuento la experiencia que vivió Dolores, una mujer de cuarenta años, una vez consensuada con su marido la decisión de probar tener una relación abierta, con la intención de revitalizar el deseo y el amor en pareja:
Hacía ya dos años que mi relación de pareja no me llenaba sexualmente. La monotonía que vivía en ella se había convertido en una losa para mi. Soy una mujer fogosa, apasionada, y sexualmente activa, y mi pareja en este sentido era todo lo contrario; parecía que no necesitaba tener sexo.
Empecé a fantasear con la idea de tener sexo con otros hombres; necesitaba sentirme deseada y especial, encontrar a alguien que me sedujera y divertirme un poco. Me sumergí en el mundo de las redes sociales y las aplicaciones diseñadas para este tipo de encuentros sexuales.
Decidida a vivir esta experiencia, le propuse a mi marido tener una relación más abierta y ver qué tal funcionaba. Como él no quería perderme me dijo que sí, que probáramos. Me expresó su miedo a que esta decisión nos acabara alejando en vez ayudarnos a superar los problemas íntimos.
La primera vez probamos juntos, elegimos a un chico, con el que previamente quedamos para conocernos y decidir. No estuvo mal la experiencia, el morbo que genera lo nuevo, lo diferente a lo conocido, ya es muy estimulante en sí mismo.
Yo me sentía entusiasmada con esta nueva forma de vivir mi relación de pareja, pero mi marido estaba cada vez más convencido de que era un error, y que nos acabaría pasando factura.
Y así fue, una muerte anunciada…
Sabes, resulta que conocí a un hombre que me encantó, me enamoré de él o eso creía yo. Me obsesioné con él porque representaba todo lo que no tenía en casa; aunque realmente no le conocía a fondo.
Mi matrimonio se fue por el retrete, mi marido no podía más con esta situación. Sabía que ya no contaba con él, y que le ocultaba encuentros con este otro hombre que me tenía ciega y loca de deseo.
Yo tenía muchos pajaritos en la cabeza, ahora lo sé y me arrepiento todos los días…
La relación entre las redes sociales y el deseo sexual está siendo más controvertida de lo que muchas veces podamos imaginar. Si bien parece que los portales de redes sociales alientan al público a «liberarse» y disfrutar del sexo, cada vez son más las personas que no son capaces de llevar una sexualidad sana y afectiva, de hecho, pueden llevar a un aumento de: la ansiedad, la depresión, la infidelidad y hasta la disfunción sexual.
Existen numerosas investigaciones de cómo las redes sociales y el acceso a internet interfieren y pueden perjudicar las relaciones románticas.
Continuamente estamos expuestos a imágenes sexuales directas, explícitas, que invitan al consumo de sexo, a un deseo sexual sin amor, y además, la oferta es de lo más extensa, es como entrar a un zoco; un mercado donde uno elige lo que quiere y prácticamente sin coste. La tentadora posibilidad de no tener que involucrarse emocionalmente, no tener que establecer lazos ni vínculos afectivos está en auge.
Internet, suministra una gran cantidad de información falsa acerca de las personas y las relaciones sexuales, mucho de lo que se observa allí tiene un contexto, el cual desconocemos, pero nuestro cerebro lo interpreta como real.
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Ese incesante sobreestímulo hace que nos comparemos todo el tiempo, y entramos sin saberlo en un juicio donde siempre salimos perdiendo. Nuestra realidad es deprimente en comparación con esa otra que estamos viendo. Toda esa fachada parece mucho más interesante que nuestra cotidianeidad. La oferta sexual variada, es mucho más sugestiva que nuestra pareja de siempre. Y nos sentimos insatisfechos.
¿Cómo vamos a elegir sólo a una persona cuando existe una oferta sin límites?
Incluso las revistas tradicionalmente eróticas han caído en sus ventas, porque conseguir hoy sexo por otros medios es muy fácil. Sólo tienes que sacar tu teléfono móvil. ¡Y ni siquiera hay que ver físicamente a nadie!
Vivimos en una mentira continua sobre el sexo. Películas, series, redes sociales, y por supuesto la pornografía nos ofrecen una imagen de la sexualidad utópica, irreal, delirante, absurda… y que se convierte en una obsesión a distintos grados, según el nivel de «consumo» que esa persona tenga.
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Aunque no es frecuente reconocer que estamos insatisfechos sexualmente, sí que es común alardear y comentar con quién se liga o comentar los actos sexuales más estrafalarios con cierta naturalidad, lo que desemboca en un sexo desvinculado, de usar y tirar.
Entonces buscamos relaciones íntimas con alguien que a veces ni conocemos, ni nos interesa conocer.
Y poco más.
Placer sin alegría. Gozo sin felicidad.
La esclavitud parece libertad.
Es un espejismo.
Un espejismo que nos hace buscar sexo rápido, inmediato, sobre la marcha y esto a la larga incapacita tener una relación de pareja sana, positiva, madura.
Uno se siente vacío y, sin embargo, no puede dejar de buscar nuevos estímulos.
Tiene todas las características de las adicciones: cuando realizamos una actividad como comer comida basura, consumir cocaína o percibir algo que nos excita sexualmente, el cerebro produce una sustancia química llamada dopamina, que es lo que hace que sintamos placer. Con la liberación de este neurotransmisor, el cerebro recibe mensajes para que deseemos repetir el comportamiento y liberar así más dopamina. No se puede dejar, es una tendencia enfermiza a ese consumo y produce una percepción enfermiza de la realidad sexual.
La historia de Juan puede ser un buen ejemplo para ponerte en situación, déjame que te cuente:
Juan es homosexual, tiene veintiocho años. Comenzó a coquetear hace ya algún tiempo con unas de las aplicaciones, de las muchas que hay hoy día, para conocer chicos. Buscaba sexo sin compromiso. El resultado es que acabó enganchadísimo. Juan, cuenta la historia a su terapeuta en su primera consulta:
La verdad es que no tenía ganas de iniciar una relación formal; no quería tener pareja, no me apetecía involucrarme emocionalmente más allá de un rollo, aventura y/o amigo con derecho a roce. Buscaba «folla amigos».
Mi última relación había sido bastante traumática, me dejó bien jodido; sin ganas de nada, y mi autoestima estaba por los suelos. Así que un día se me ocurrió descargarme esta aplicación y empezar a chatear.
Era tan fácil quedar que me sorprendió. Tuve varios encuentros sexuales con chicos diferentes. No tener que comprometerme emocionalmente, y pasarmelo bien, sin tener que sufrir, me estaba resultando divertido y cada vez más adictivo.
Cuando me quise dar cuenta había perdido el control; en el día podía estar con varios chicos, y no me saciaba, siempre quería más. La aplicación estaba ahí, disponible en el móvil. Era tan fácil y cómodo quedar sin tener que dar explicaciones, que cuando quise parar ya no podía.
Me generaba ansiedad no entrar y ver los mensajes, chatear; pendiente de la aplicación cada vez más tiempo.
No me lo podía creer, pero la realidad es que yo sólo no podía solucionarlo, y mira que lo intenté una y otra vez. Eliminé la aplicación tantas veces que ni me acuerdo, pero nada, no era capaz de aguantar el nerviosismo y ese estar pensando en la aplicación todo el tiempo.
¡Quien me iba a decir a mí que acabaría enganchado a una aplicación de citas. ¡Yo me creía más listo!
El hedonismo de nuestro tiempo es entronizar el placer, el consumismo y la avidez por tener cosas (o personas) y nunca es suficiente y, sin embargo, una parte de nosotros sabe que el sexo sin amor nos impide evolucionar, nos hace ser inmaduros, enfermizos o neuróticos, y siempre tiene mal pronóstico a medio plazo.
Para que te hagas una mejor idea de lo que te estoy contando, te comparto la historia de Carlos:
Carlos tiene treinta y tres años. Pide cita, es su primera consulta de psicología. Su problema, que para él en su momento de problema no tenía nada; y que le pareció más bien un chollo, es este que aquí os comparte:
Tuve mi primera relación sexual con una prostituta a los 16 años, el regalo me lo hizo mi padre que ya era cliente asiduo del consumo de sexo de pago.
Rápidamente, llegué a la conclusión de que el sexo estaba disponible para cuando yo lo deseara.
Me sentía el rey; poderoso, importante y especial…
Pagar para recibir placer era algo normal para mí, y además, no tenía que hacer ningún esfuerzo para ganarme el amor, ni complicarme la vida pensando en tener que conquistar a ninguna chica, y que me dieran calabazas.
Creía haber descubierto la fórmula mágica para hacer engordar mi autoestima sin tener que involucrarme emocionalmente más allá de una hora.
¡Qué más podía pedir!
Con el paso de los años, me di cuenta de que tenía serias dificultades para relacionarme con las mujeres sin tener que pagar por sus atenciones. El sufrimiento y la ansiedad se apoderaban de mí cada vez que una chica (no profesional de la prostitución) me gustaba de verdad. Me sentía pequeño, me paralizaba, no sabía cómo entrarle, me ponía tan nervioso que acababa frustrado y con la ansiedad por las nubes.
Hoy en día realizo un trabajo de crecimiento personal. He descubierto en terapia que me frustro con facilidad cuando no consigo lo que quiero enseguida, no sólo en lo que se refiere a las mujeres, sino en cualquier cosa que desee tener.
Estoy aprendiendo a relacionarme de otra manera conmigo mismo, con mi vida y con las mujeres…